Al final, todos aplaudirán

RAJOY ha abordado la división interna del PP a cuenta del déficit autonómico –también la del PSOE, que disimula; o la de IU, que disparata– con su estilo característico: no quiere debates y pronostica la ovación final al Líder, o sea, a sí mismo. Con ese aplomo tan suyo, entre plasma y plasta, ha dicho que «las discusiones públicas no son útiles»; y como las privadas no las permite, ha mandado un mensaje, por una vez, claro: está en contra de ese «funcionamiento interno democrático» que, según la Constitución, deben tener todos los partidos políticos, que para eso los pagamos todos. ¿Que la democracia es un régimen de opinión pública? Eso lo solventa Mariano mediante la coacción partitocrática: el que discuta algo al jefe está fuera de las listas y políticamente muerto. Que el partido pueda hundirse por los errores del jefe ni se contempla, a pesar de ejemplos recientes –el PSOE de ZP y Rubalcaba– o pasados –la UCD–. La ventaja de un líder tirando a sociópata –y en cierto modo, todos lo son– es que le da igual lo que les pase a los demás. Cuando Hitler estaba en las últimas dijo que si Alemania no ganaba la guerra no merecía sobrevivir. Por suerte, Rajoy es un político contencioso-administrativo y eso nos evita la invasión de Rusia, pero no altera su impavidez ante el destino de los otros, que está al servicio del suyo. ¿Que Rajoy se carga el PP? Será que lo merece el PP.

¿Y por qué un partido como el PP, el único con larga experiencia de gobierno y que, supuestamente, mantiene una idea de España debe liquidar su condición nacional y convertirse en siervo del separatismo catalán, que a eso se reduce la crisis del déficit? ¿Por qué Rajoy quiere llevarse bien con Convergència y mal con el PP? Pues por la molicie del burócrata, que disfruta de la continuidad como el gusano del cadáver, y por el placer inmenso que le produce al político disfrutar de la debilidad o corrupción de los suyos. En otra frase digna del mármol, ha dicho Rajoy sobre la resistencia de la gran mayoría del PP a aceptar que los que cumplen con el déficit sean castigados y los que incumplen premiados: «al final, todo el mundo aplaudirá». Es decir, da por tan segura la corrupción política en su propio partido que no duda de que aceptarán, y aplaudirán, la sentencia de muerte del PP.